sábado, 28 de diciembre de 2013

Maldito seas.

No sé que se le pasó por esa maldita cabeza de chorlito suya que tiene.

Miré mi carta, la que el personaje de arriba me había escrito, y sellado, con cariño, con trabajo, con su tiempo, como se hace con los buenos vinos.

Mi abuelo siempre dice que para que la gente pueda disfrutarlos tardan más tiempo, como si fuese eso lo que les da ese toque.
Como si fuese verdad eso de que el tiempo puede con todo.

Le eché una mirada, de reojo, con recelo, sobre todo, a las letras entrelazadas.
Con recuerdo.
Estaba bien, perfecta a mi gusto, ¿Cómo quejarme si el cabeza de chorlito me entrelaza letras de "te amo"?
Mi problema era el abrirla.
¿Hoy? ¿O mañana? Quizás pasado, o tal vez la semana que viene... demasiado tarde, demasiadas ganas.

El "voy a abrirla" y su silencio de "hazlo" provocó que poco me tardaran los dedos en intentar arrebatar la unión tan melódica de pegamento y carta.
Costó, hombre que si costó...
Y pasó como con los buenos vinos, disfruté, la observé y me emocioné, ante esa satisfacción de "esperé, prometo que esperé". Y su espera. La espera merece la pena.

Salieron dos pequeñas fotos con un niño más pequeño en ellas, como las lagrimillas que me iban saliendo.
Por fin, sus fotos, para mi.
Ya es algo, un trozo, una pizca, un ápice más mio.

Y su carta... después de ella solo pude llorar abrazandola en mi pecho, intentando sacarle su olor, aunque solo fuese porque éste hubiese acabado ahí por error.
Solo quería tenerle otro milímetro más cerca.

Al final de ello, y abrazada a la carta, solo me pude dar cuenta de que ese maldito cabeza de chorlito me pondría difícil no echarle de menos.
Y más difícil quererle tan lejos.

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