martes, 28 de enero de 2014

Jóvenes proezas al borde del desastre.

Once y cuarto de la mañana, no hay humedad en el aire, el sol brilla y hasta las seis y cuarenta y tres de la tarde no habrá nubes serias, todas tímidas paseando mientras que, ella se rompe la cabeza en escribir algo, él pinta árboles morados y toda la gente van al mercado como alma que lleva el diablo.
El metro a bajado el precio y el periódico está en más lados.

La pequeña niña escribe, lo guarda, marca el día en el calendario, saca lo escrito, lo mira y lo rompe.
Puede haber muy buenos escritores pero no se ven si tienen vergüenza a serlo.

Mientras ella tenía vergüenza de enseñar lo que escribía, en otra parte muy apartada de los barrios de las luces y jóvenes bohemios, un niño moreno, sin picardía, con pecas, sin timidez y con daltonismo se enfrentaba a ser pintor sin acertar un maldito color.

Podía pintarte los más maravillosos campos eliseos mezclando el amarillo de su lago al azmicle de las ramas de los árboles, matorrales color salmón y si acierta un cielo azul.

Y con tantos tropiezos ella seguía escribiendo esperando a que alguien le dijese lanzate.
Él en cambio esperaba a alguien para acertar el color de tanto lanzamiento.

Y podrían estar juntos, están hechos el uno para el otro. Dos genios con taras en el prototipo.
Lo que pasa es que mientras ella escribe escondida a kilometros, horas y dias de distancia está él pintando un prototipo de ella.

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